miércoles, 28 de enero de 2009

Póker

Hay quien dice que tenemos un par de vidas para gastar antes de jugarnos lo único que tenemos. Batirnos en singular partida de póker apostando siempre los latidos del corazón, sin tener en cuenta que perder por última vez es fácil. Muy fácil.

Hay quien dice que unas dobles parejas son suficientes, son los optimistas. Los pesimistas no ven juego por menos de una escalera real. Pisando siempre sobre seguro, con las cartas atadas a la mano, seguros de todo.

Hay quien dice que la vida es un juego, y apostamos día a día lo único que tenemos a buen recaudo. Consumiendo la suerte a cada movimiento. Porque no importa perder, solo jugar. Pero no hay donde apoyarse cuando no queda nada que apostar.

Hay quien dice que no quiere jugar. Que tiene un precioso cofre del tesoro donde guardar cada perla que robó de algún nido vacío. Mientras alguien no miraba. Y, ¿Para que jugar cuando todo lo que tienes es mas importante que tu propia vida?

Hay quien dice que es la vida la que le impide apostar. Porque sabe que si jugara no pararía de hacerlo, no hasta desprenderse de su ultimo aliento. A sabiendas de que siempre habría algo, quizás, que ganar.

Hay quien dice que siempre tiene dos ases en la manga, fichas por el valor de un rascacielos y la sangre congelada. Que no le da miedo perder porque no puede perder. Que sabe que va a ganar porque es la única opción posible.

Hay quien se lamenta de haber jugado, porque ahora ya no tiene nada. Porque los suspiros se consumieron a la vez que aquella copa de Bourbon que le acompañó en su ultima jugada.

Hay quien solo juega por las noches, porque es la hora a la que sale la luna y los astros brillan por encima del bien y del mal. Y no importa quien lo vea. Quien no lo vea. No hay peligro de perder. Y tampoco de ganar.

Solo hay una jugada posible. La única que te dejará perder cuando sea justo y ganar cuando sea inevitable. Y es jugarse el miedo en la primera ronda y acabar apostando por uno mismo. Confiando en que las cartas de quien tiene poder te beneficien, y deseando que las malas jugadas nazcan de las manos de los indeseables. Caminando por una trayectoria impía que no tenga reparo en decir quien tiene malas cartas. Y peor corazón.

Que no tenga reparo en sincerarse contigo, y advertirte de que malgastar una escalera real es imperdonable. Pues solo hay una probabilidad entre muchos cientos de miles. Y si te ha caído una del cielo, no la dejes marchar. No la apuestes. Pues solo Dios sabe cuando te darán la siguiente.

Quizás nunca.

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