domingo, 18 de enero de 2009

No nos queda sino batirnos

No nos queda sino batirnos.

La mejor manera decían que era clavar un estoque en un lugar donde la sangre circule con violencia.

Disparar el arma contra una metáfora y destruir lo que pueda quedar, blandir un par de navajas y cortar hasta el último retazo de ilusión malparida que queda dentro.

Tu en frente de mi, clavando tus ojos donde yo debería tener los míos. Era fácil, una manera mas de decirme que todo es un holograma, una historia cuyo final lleva escrito un antes y un después que me empeñe en no leer. Pongo la voz en falsete y me arrodillo ante la evidencia, me quedo mirando como me pasa por encima el tren que nunca quise coger, le grito que nunca más vuelva, y derramo una lágrima amarga presa del desencanto más cruel.

Una decepción insonora, que no entiende de preguntas y mucho menos de respuestas, cuyo fin último es demostrarme que soy un humano más, lleno de debilidad y fantasmas.

Y yo decía “Quiero jugar a ser Dios”, quiero tener la mirada tan erguida que nadie alcance a ver que no tiene vida ni color. Pero la vida era inevitable, y el color era apagado y cruel, pero color al fin y al cabo.

Y yo decía “Soy insensible”, soy un ser inerte y muerto. Pero cada palabra que salía de una boca, cada acto que mis ojos renovados presenciaban dolía como una espada clavada en mi pecho. Cada muestra de humanidad me conmovía muy a mi pesar, y la vida que cada momento irradiaba me resucitaba sin que lo pudiera evitar.

Podría derramar miles de lágrimas, pero no podría decir que lo he hecho. Podría retorcerme por dentro, pero nadie sabría como pude hacerlo.

Por eso, una vez más, me empeño en ser fiel a mi mismo, en hablarme sin elegir las palabras, y crucificarme solo ante todo y nada. En hacer que el tiempo pase mas despacio porque me niego a pasarlo anestesiado. Caminando en mi soledad por los abismos que se abren ante la escarcha. Rodeando cada uno de los páramos llenos de eucaliptos que me hacen respirar con los pulmones en un puño.

No me queda ninguna mentira que alimentar, ni ningún pozo de autocompasión que cuidar. Solo me queda resignarme a que mi corazón lata como deben hacer los corazones. Inundarme de aguas calidas que me queman cada centímetro de piel, aceptar que siento y padezco y olvidarme de todas las imágenes que pasaron por mis párpados cerrados a cal y canto.

No me queda sino batirme.

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